29 ene 2012

Mi amigo Hank

            Yo converso con Bukowski, o al menos eso intento. Es inevitable hablar con Chinaski, su nombre me resulta más pegajoso y su personalidad más cercana, como si viviera sentado en una esquina de Palmarejo, siempre lúcido a pesar de la borrachera.
            En Factotum, el viejo Hank me ayudó a perfeccionar el arte de reírme de mí misma, de mis desgracias, de mi vida extraña que, aunque depresiva, se volvía graciosa. No podía evitar los paralelismos: él me hablaba de su impotencia mientras un amante, doce años mayor que yo, se disculpaba por la suya en medio de nuestro encuentro. Le sorprendía que recibiera con tan buena disposición la noticia, pues no me desanimé en ningún momento ni perdía mi sonrisa plácida ante aquel frustrante cuadro; no sé qué pensaba él o qué decía pues no lo escuchaba, solo reía con Hank parado frente a la cama, recostado a la pared, devolviéndome una sonrisa con la misma placidez pero olorosa a tabaco y whiskey barato.
            Hank me convenció de tomar ese trabajo; a mi madre le parecía deprimente, a él le parecía sumamente divertido. En realidad lo único que le preocupaba de corregir obituarios era el hecho de morir y que el suplente dejara colar algún error ortográfico en su propio obituario, aunque dudaba profundamente de que llegara a tener uno, y eso lo tranquilizaba. Durante la primera semana me di cuenta de algo curioso que sucedía en la oficina: entre las tres y las siete de la tarde no había nada que hacer, pues la hora límite de recepción de obituarios era a las ocho de la noche y llegaban todos de golpe media hora antes, directo de las funerarias. Mientras transcurrían esas cuatro horas con mis compañeras cuarentonas jugando solitario en sus monitores, yo leía, hasta que se aparecía la recepcionista gritando emocionada “¡llegó un muerto!”, luego las redactoras pasaban de inmediato del sopor a la expectativa por saber a quién le asignaría yo el obituario a redactar. En esos momentos sospechaba que ellas también conversaban con Hank, pero luego volvían a su idiotez habitual. Creo que era él quien les susurraba al oído para divertirse un poco y divertirme a mí. Qué buen amigo ese Chinaski.
            Por otro lado, le parece fantástico que luego de pasarme cinco años en una universidad estudiando Letras, el único trabajo con una paga decente que haya podido conseguir fuera de ayudante de cocina, en el cual la mayor de los trabajadores sea yo. Creo que trata de darme ánimos, total, soy una muchacha joven y él un viejo, no sé cuáles serán sus intenciones conmigo, pero no quiere deprimirme tampoco, él no es como todos piensan: solo se odia a sí mismo, al resto solo los desprecia un poco o le da igual lo que hagan; pero como buen viejo literato, no iba a dejar de sentir empatía por una jovencita interesada en la literatura.
            Llevo tanto tiempo hablando con Chinaski que ya no sé si llegué a él por mi forma de vida, o estoy viviendo estas cosas por su influencia en mi ser. Es difícil tratar de determinar si mi familia me bota de la casa porque son malas personas, o si yo las he hecho malas personas, aunque determinar eso no tiene relevancia alguna en este momento. Sea como sea, es un hecho y solo hay que tratar de resolver lo que se pueda resolver, buscar un trabajo, buscar un techo, una cama, algo para el estómago –pues con hambre no se puede escribir, dice Hank- y vivir. El viejo me critica porque no escribo con la frecuencia que debería, pero le recuerdo que no soy él, que no tengo tantas cosas que decir, y si las tengo no creo que le interesen a nadie. Me da miedo que lleguen a pensar que mi amistad con él ha hecho que adopte su estilo al escribir, pero más miedo me da que digan que es un estilo bukowskiano cuando es más bien chinaskiano. ¿Que son la misma persona? Amigo lector, créame cuando le digo que no sabría decirle con certeza si son dos personas, pero sí podría decirle que no es una sola.
            Quizá este texto no sea más que uno de los muchos textos que jovencitos ansiosos de irreverencia escriben luego de leer a Bukowski, para más tarde ponerse de sobrenombre en Internet Bukowski89 o algo así, promocionando un blog de poesía lleno de versos que repiten frenéticamente las palabras cigarro, whisky, vino, putas y coño, como fórmula infaliblemente literaria y transgresora del sistema, puras malas imitaciones e interpretaciones del pobre Charles. Y si llego a tener razón y este texto es así de triste, no tiene importancia alguna, al menos para mí no, pues mientras pueda seguir conversando con mi querido Hank, no me importa sacrificar un poquito de buen gusto. Más bien lo hago con gusto, pues más gloria literaria que él sé que no tendré jamás y no me quita el sueño. No sé qué será de mí más adelante, pero no me perdonaría dejar ir a mi amigo en este momento por hacerlo pensar que estoy avanzando y que él solo contribuye a estancarme literariamente, porque en la vida, en esta vida tan extraña, sin él no solo estaría estancada, tal vez ya ni siquiera seguiría en ella. Mi cariño, Hank, donde quiera que estés.