7 dic 2009

Cuando Máximo se metía al baño



          Cuando Máximo se metía al baño, a veces, pasaba algo muy extraño. Si alguien llamaba al teléfono de su casa en ese momento, él podía oír lo que decía la persona al otro lado de la bocina. Al principio le parecía algo extraño, pero luego se fue habituando a su reciente poder, el cual le comunicó a su tío una semana más tarde. Tenía Máximo 16 años.
Al enterarse su madre de sus habilidades, Máximo se volvió la estrella de la cuadra en poco más de 6 horas. Por esto se lo dijo primero a su discreto tío, pero su madre era un medio de difusión masivo que parecía oír a través de las paredes.
Los vecinos comprobaban asombrados que, efectivamente, Máximo podía oír lo que decían las personas al otro lado de la bocina. Lo llevaban a las casas sin consultarle siquiera, zumbándolo en el baño sin preguntar mucho, solo teniendo el cuidado de recoger uno que otro interior o brassier regado por la ducha. Tampoco debía ver tanto, solo oír.
Lo llevaron a la televisora regional y así Máximo salió de su anonimato en blanco y negro, justo como le parecía venir viviendo su vida desde que nació. Por primera vez las personas lo oían, lo determinaban, le hablaban, en fin, Máximo ya no era el muchacho extraño que se la pasaba en la biblioteca de la intendencia, ya no se oía decir en la puerta del abasto “ese es más raro que un perro a cuadros”. Ahora era, como dicen en los pueblos, un prodigio.
Cuatro semanas de entrevistas en radio y televisión después, Máximo ya no oía nada, o al menos eso era lo que creía la gente. Se volvió de nuevo ese muchacho sombrío, raro, blanco y negro, a cuadros. En el pueblo no sabían que le había pasado, pero ya no les interesaba mucho, nunca habían terminado de conocerlo, solo era el “psíquico” del lugar, la atracción principal de las fiestas patronales de hacía dos semanas durante las cuales lo hicieron meterse en los baños de las habitaciones de hotel de los visitantes a cambio de unas monedas -mal habidas, y peor distribuidas- de las cuales el único beneficio que Máximo obtenía eran unas “gracias” casi susurradas, hipócritas, grasientas y borrachas de quienes lo metían allí.
Sin embargo, había cosas que la gente aún no sabía sobre este “tímido” muchacho.
Dentro de ese muy adorado anonimato en que vivía, antes de que se hiciera pública su habilidad, Máximo había tratado de perfeccionar una habilidad que tiempo atrás venía desarrollando, la cual consistía en escabullirse dentro de las casas del pueblo, solo a observar. Luego, gracias a su reciente poder, había podido lograr lo que con el largavista a través de la ventana de su cuarto y sus largas horas de encierro no hubiera logrado en varios años: tanto entró y tanto observó las casas del pueblo adonde fue introducido “contra su voluntad”, que las conocía perfectamente, o al menos sabía cómo entrar. Y sobre todo, aunque esto no le interesaba mucho, cómo entrar al baño.
Un año más tarde Máximo se paseaba por el pueblo en su Buick nuevo, había remodelado su casa y su madre nunca más lució despeinada o fuera de moda. Él seguía siendo el mismo muchacho de la vida a blanco y negro, sólo que esta vez era el secretario raro del alcalde nuevo. Máximo había alcanzado todos estos beneficios, a pesar de ser menor de edad, porque era el que mejor conocía la biblioteca de la intendencia –mejor dicho, el único que la conocía-, cosa que no pudo haber sido más útil para el recién llegado alcalde, quien conocía al pueblo solo de nombre al verlo en la lista de poblaciones que conformaban el pequeño distrito, y luego un poco de vista, cuando fue llamado a cubrir el puesto que dejó el obeso alcalde anterior después de su muerte. Desde luego, este hombre tan capitalino no conocía el poder de Máximo, no tan reciente como olvidado por el pueblo. El confundido burócrata no lograba explicarse cómo ese muchacho tan raro lograba saber todos sus secretos, sólo se preguntaba por qué entraba tanto al baño, aunque no le daba la importancia que debía.
En el pueblo creían que Máximo se había despabilado y había empezado a “meter mano” en los dineros de la alcaldía junto al recién llegado citadino que tanta cara de corrupto tenía, como todos los que llegaban de la ciudad. No se imaginaban que su poder seguía allí, y es que sus ansias de crear un chisme que los entretuviera, tanto como los hubiera entretenido Máximo en el pasado, no los dejaba ver que Máximo podía ser raro, pero eso sí, ¡corrupto jamás!